miércoles, 1 de abril de 2009

La Resurrección por José Ángel Fontecha

_small_Fontecha Tenemos el gusto y el placer de que el pregonero de este año, José Ángel Fontecha, nos haya hecho llegar, vía correo electrónico, sus escritos para el pregón de la Semana Santa de Guadalcanal. Por ello, os dejamos el texto completo dedicado a nuestra Agrupación, lleno de palabras bellas hacia nosotros y por lo que estaremos eternamente agradecidos. Nuevamente le damos nuestras mas sinceras felicitaciones por lo que nos hizo sentir el domingo y le damos las gracias. A continuación el texto integro:

LA RESURRECCIÓN

Y al tercer día Resucitó.

Es el triunfo de la vida sobre la muerte.

En Guadalcanal además, es el triunfo de la devoción juvenil sobre el desdén que se le presupone.

Es la demostración de los valores arraigados en tantas y tantas almas puras que en la sombra desearon que la pasión no se acabara en sábado.

Desde cero y arriesgando, como las cosas bonitas de la vida, un grupo de muchachos pusieron sus ojos en el olvidado.

Aquel que se movía por la desgana y que paseaba de mano en mano.

Aquel que se servía de las sobras de los demás. Este, el resucitado.

Invisible tanto tiempo, despreciado y poco valorado, corrió la buena suerte de caer en buenas manos.

Y es que, nuestra semana santa, señores, no entiende de edad, de talla o de prejuicios.

Por eso pequeños corazones movieron cielo y tierra.

Vencieron adversidades y se ganaron el respeto de todos los demás.

A título particular hicieron realidad aquel sueño del niño. Aquel deseo de ser costalero. Ese debut agradecido que nunca olvidará.

Por desgracia es algo que nunca repetirá pero que en el fondo agradece, ya que será testigo un año más de la belleza de una estampa sin igual.

Volverá a mezclarse entre tantos que, como él, un día fueron niños.

Tantos que recordarán los tristes años de su soledad.

Aquellas plazas desiertas o balcones sin adornar.

Hoy sin embargo la alegría derrota a todo ese pasado y un pueblo entero luce como nunca al paso del resucitado.

María Magdalena, tan joven entre nosotros, no concibe sino la satisfacción de sus nuevos paisanos que con la cara libre ya del llanto los abriga y los impulsa en cada salto al cielo.

Allí donde precisamente Padre Eduardo observe con una sonrisa en la cara hasta donde llegaron sus muchachos.

Y seguramente hasta allí llegue la voz del capataz con la claridad de quien hace las cosas de corazón.

Y desde allí una bendición para animaros en vuestro caminar, para ayudaros a no desfallecer, a proseguir en vuestro empeño de crecer y hacer grande a vuestra hermandad.

Cuando regreses a la plaza todo lleno de alegría en nuestros adentros nacerá de nuevo la pena porque algo enorme se desprende de nosotros.

No podemos entristecer, sin embargo, como antaño, pues nos regalasteis un gran día.

Allí de pie inerte contemplaremos la divinidad de tu rostro mientras te bañan de pétalos, y poquito a poco partirás hacia tu templo dejándonos, como no, bien rizado el rizo.

Demostrando fervor y talento y un sinfín de innumerables sensaciones, pidiendo al cielo por favor:
AIRES DE TRIANA NUNCA LOS ABANDONES.