jueves, 16 de abril de 2020

JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA

Hermanos, por cuarto día,  nos disponemos a meditar acerca del misterio glorioso de la Resurrección. Con el corazón lleno de gozo por vivir la alegría de Jesús Resucitado, dispongámonos a vivir este cuarto día de la Octava de Pascua como una prolongación del Domingo de Resurrección. Pongamos en manos de Jesús Resucitado, a todos los que trabajan por erradicar esta pandemia. Recemos por la recuperación de los enfermos y pidamos al Señor que se apiade de las almas de los que ha perecido para que lleguen a contemplar la luz de Cristo Resucitado. En el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo,un padrenuestro por los todos los profesionales que trabajan y velan por nuestra seguridad y salud, en especial por los que llevan a cabo esta misión en nuestro pueblo.

EJERCICIO DEL VÍA LUCIS PASCUAL (CUARTA ESTACIÓN).


EVANGELIO DEL DÍA: 

Lectura del santo evangelio según San Lucas (24, 35-48)

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto».

MEDITACIÓN:

La octava de Pascua en la que estamos toda esta semana festejando la alegría de la Resurrección como un ritornello, nos va mostrando las sucesivas apariciones del Resucitado a sus discípulos. Primero a María Magdalena, después a los discípulos de Emaús -del que sólo acertamos a conocer un nombre, el de Cleofás- y hoy al resto de los apóstoles, justo cuando aquellos estaban dando noticias del inesperado encuentro. Cristo glorioso irrumpe en medio de ellos y ese verbo connota la forma que tiene de hacerse presente. No es una visión en el sentido que damos al embeleso de los sentidos ni es un espíritu sin cuerpo, como un alma vagando en pena conforme a la creencia popular de la época. Pero no es esa la forma que tiene el Viviente de presentarse a los suyos: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona». Es en persona. Y tiene hambre y le dan de comer un trozo de pescado asado que había sobrado, suponemos. ¿Desde cuándo los espíritus tienen hambre y se sacian con pescado asado? No es un fantasma, no es ningún espectro el que así les habla y les anuncia, entonces sí, una vez glorificado, el cumplimiento de una promesa de Dios a su pueblo: el Espíritu Santo, fuerza de lo alto, que auxilie y reconforte.