La Humanidad de Cristo
Azulejo del Sagrado Corazón de Jesús. Parroquia de Santa María de la Asunción. (Guadalcanal). |
Si en el siglo XIX y
hasta la mitad siglo XX, la invocación al Sagrado Corazón de Jesús tuvo una
gran importancia devocional, después del Concilio Vaticano II sufrió un
oscurecimiento, por interpretarse que era una advocación piadosa particular.
De nuevo toma
importancia la mirada a quien, resucitado, nos muestra las señales de su
Pasión, el lenguaje que usa con los suyos en la mañana de Pascua.
El Maestro se acerca a
los suyos, y les enseña los agujeros de los clavos en los pies y en las manos,
y la herida del costado. Así demuestra hasta qué extremo comprende por dónde
nos puede venir la mayor resistencia. Cuando nos sentimos heridos, débiles,
vulnerables es cuando nos hacemos las preguntas más existenciales y según
sepamos responder, podemos derivar hacia el pesimismo desesperanzado, o hacia
la experiencia purificadora y profética, que se funda en el Resucitado que
muestra sus heridas.
San Pablo y muchos
santos han comprendido dónde brota la fuente de la vida. La Iglesia contempla
el Corazón de Cristo y reconoce que ha nacido del costado abierto del Salvador,
del que manan torrentes de agua viva, de vida eterna, de gracia y de
misericordia.
El corazón se pone como
imagen de amor, de humanidad, de entrañas compasivas. A las personas se las
identifica por su buen corazón, por tener entrañas de misericordia. El profeta
dice de Dios: “Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No
cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios, y
no hombre” (Os 11, 8-9).
Todos estamos en el
corazón de Cristo. Todos estamos en el Amor de Dios. Todos hemos sido
introducidos en la Sagrada Humanidad de Aquel que, siendo Dios, no hizo alarde
de su categoría y se hizo semejante a nosotros para que nos podamos sentir
todos en Él.