Adviento comienza
como un silencio que respira.
Un espacio sagrado se abre entre los días,
un umbral donde la Eternidad roza la tierra
sin hacer ruido.
El Evangelio nos dice:
“Velad.”
No es una orden,
es una llamada interior,
un despertador del alma.
Velar es entrar en ese punto secreto
donde el tiempo se afina
y el corazón oye lo que los oídos no pueden.
En la noche del mundo,
Dios camina descalzo.
Sus pasos son tan leves
que solo los perciben
los que guardan silencio por dentro.
Isaías habló de una luz que nace en lo hondo,
un fulgor que no viene de lámparas ni de lunas,
sino del Misterio que se inclina
para tocar nuestra fragilidad.
Ese Misterio viene.
Viene sin prisa,
viene sin ruido,
viene como quien descorre suavemente
la tela de lo invisible.
El alma, entonces,
no espera mirando al cielo,
sino mirando hacia adentro:
donde cada sombra puede convertirse en cuna,
donde cada anhelo es un pequeño pesebre
que se abre al Infinito.
En este primer domingo,
dejemos que la noche sea maestra.
Que nos enseñe a escuchar.
Que nos muestre la chispa escondida
que Dios ha sembrado en cada gesto,
en cada ausencia,
en cada herida que aún supura luz.
“Más que el centinela la aurora, mi alma espera al Señor.” Salmo 130
Porque cuando el alma espera así, la aurora ya ha empezado.
#CristoVive #CristoViene
Paz y Bien.
📷 Aniceto Vadillo