En el Evangelio de hoy, los discípulos han vuelto a pescar, quizá intentando retomar su vida anterior, tras los acontecimientos de la Pasión y Resurrección. Sin embargo, en esa noche no pescan nada. Es solo cuando Jesús aparece y les indica dónde echar las redes, que la pesca es abundante. Esto nos recuerda que sin Cristo, nuestros esfuerzos son estériles, pero con Él, incluso lo imposible se vuelve fecundo.
Luego, Jesús comparte una comida con ellos en la orilla, signo de comunión, de acogida, de cercanía. En este gesto sencillo y humano, el Resucitado se muestra como alguien que sigue siendo parte de sus vidas, que no los ha abandonado, que los espera en lo cotidiano.
El momento más emotivo del pasaje es el diálogo entre Jesús y Pedro: “¿Me amas?”. Tres veces Jesús pregunta, como tres veces Pedro lo había negado. Pero no es un reproche, es una restauración, una renovación del amor y de la misión: “Apacienta mis ovejas”. Jesús no solo perdona a Pedro, sino que lo confirma en su vocación.
¡Cristo vive!
Paz y Bien.
📷 Cándido Trancoso Parrón.