Contemplar la cruz de Cristo es contemplar el misterio del amor llevado hasta el extremo. No es un signo de derrota, sino de entrega absoluta. En ella, Jesús nos muestra que incluso en el dolor más profundo puede nacer la salvación, porque su amor no se detuvo ante nada.
Pero la cruz no se entiende sin la resurrección. La luz del amanecer pascual ilumina la madera del Calvario y la transforma en signo de esperanza. Donde había muerte, ahora hay vida; donde había oscuridad, ahora resplandece la gloria.
La cruz y la resurrección son, entonces, la invitación de Dios a confiar en medio de nuestras luchas: cuando sentimos el peso de nuestras propias cruces, recordemos que no estamos solos, que ese mismo Cristo que murió por amor vive y camina a nuestro lado.
Exaltar la Santa Cruz y proclamar al Cristo Resucitado es abrir el corazón a la certeza de que todo sufrimiento vivido con fe se transforma en vida nueva, porque el amor de Dios nunca termina.
#CristoVive
Paz y Bien.