La Iglesia celebra hoy a la Virgen María con el título de Reina, no en el sentido humano de poder y dominio, sino en el sentido cristiano de servicio, amor y entrega.
Cristo es el Rey del Universo porque, con su cruz y resurrección, venció al pecado y a la muerte. María, que lo siguió fielmente desde la Anunciación hasta el Calvario, participa ahora de su gloria. Así, Dios la corona como Reina del cielo y de la tierra, porque supo ser la humilde esclava del Señor.
Su realeza se manifiesta en la ternura de una Madre que intercede por nosotros, en la esperanza que transmite a los creyentes, y en la guía que ofrece a la Iglesia peregrina. Ella no quita nada a Cristo, al contrario: todo lo que tiene lo recibe de Él y lo devuelve en forma de servicio a la humanidad.
Celebrar a María como Reina es reconocer que la verdadera grandeza está en la humildad, en la obediencia a Dios y en la entrega a los demás. Su corona no es de poder, sino de amor.
Santa María, Reina de las Ánimas del Monte Carmelo, ruega por nosotros.
Paz y Bien.
Fotografía: Aniceto Vadillo.