miércoles, 29 de enero de 2020

LA CRUZ DE LAMPEDUSA VISITÓ NUESTRA COMUNIDAD PARROQUIAL

El día que acaba de pasar hace unos instantes, podemos decir que ha sido histórico, desde el punto de vista espiritual ademas como pueblo que hemos sido designados, honrados y privilegiados por la gracia de la visita De la Cruz de Lampedusa.

Desde el mediodía se han venido sucediendo actos con motivo de dicha visita; encuentro con los residentes de la Residencia; encuentro con los jóvenes, oración comunitaria organizada por el movimiento cultural Cristiano y como punto y final a la jornada eucarística y posterior Vía Crucis presidido por la bendita cruz de Lampedusa, participando las Hermandades de nuestro pueblo y de la vecina Alanis y San Nicolas del Puerto. Nuestra A.Parroquial participó en el cortejo y en la lectura de la decimoquinta estación del Vía Crucis que introdujo San Juan Pablo II:

(Vigilias Pascuales)

«Tenéis guardias. Id, aseguradlo como sabéis» (Mt 27,65), dijo Pilato a los judíos. Y la tumba de Jesús fue cerrada y sellada. Según la petición de los sumos sacerdotes y los fariseos, se pusieron soldados de guardia para que nadie pudiera robar el cuerpo de Jesús (Mt 27,62-65).

Vigilaban junto al sepulcro aquellos que habían querido la muerte de Cristo, considerándolo un «impostor» (Mt 27,63). Su deseo era que Él y su mensaje fueran sepultados para siempre.

No muy lejos de allí, velaba María y, con ella, los Apóstoles y algunas mujeres. Tenían aún impresa en el corazón la imagen perturbadora de los hechos que acaban de ocurrir.

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). Estas palabras de dos hombres «con vestidos resplandecientes» refuerzan la confianza en las mujeres que acudieron al sepulcro, muy de mañana. Habían vivido los acontecimientos trágicos culminados con la crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado la tristeza y el extravío. No habían abandonado, en cambio, en la hora de la prueba, a su Señor. Van a escondidas al lugar donde Jesús había sido enterrado para volverlo a ver todavía y abrazarlo por última vez. Las empuja el amor, aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por los caminos de Galilea y Judea hasta al Calvario. ¡Mujeres dichosas! No sabían todavía que aquella era el alba del día más importante de la historia. No podían saber que ellas, justo ellas, estaban siendo los primeros testigos de la resurrección de Jesús.

«Encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro». (Lc 24,2). Así lo narra el evangelista Lucas, y añade que «entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús» (24, 3). En un instante todo cambia. Jesús «no está aquí, ha resucitado». Este anuncio que cambió la tristeza de estas piadosas mujeres en alegría, resuena con inalterada elocuencia en la Iglesia y en todos los fieles. Jesús está vivo y nosotros vivimos en Él. Para siempre. La resurrección de Cristo inaugura para la humanidad una renovada primavera de esperanza.

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesús, de tu Cruz se desprende un rayo de luz. En tu muerte ha sido vencida nuestra muerte y se nos ha ofrecido la esperanza de la resurrección. ¡Asidos a tu Cruz, quedamos en la espera confiada de tu vuelta, Señor Jesús, Redentor nuestro!

«Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!». Amén.

Paz y Bien
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